Solemnity of the Body and Blood of Christ (Corpus Christi) [Cycle A] – June 11, 2023 Deuteronomy 8:2-3, 14-16 | Psalm 147 | 1 Corinthians 10:16-17 | John 6:51-58 |
Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo (Corpus Christi) [Ciclo A] – 11 de junio, 2023 Deuteronomio 8:2-3, 14-16 | Salmo 147 | 1 Corintios 10:16-17 | Juan 6:51-58 |
From the Book of Deuteronomy: He therefore let you be afflicted with hunger, and then fed you with manna, a food unknown to you and your fathers, in order to show you that not by bread alone does one live, but by every word that comes forth from the mouth of the LORD. |
Del libro del Deuteronomio: Él te afligió, haciéndote pasar hambre, y después te alimentó con el maná, que ni tú ni tus padres conocían, para enseñarte que no sólo de pan vive el hombre, sino también de toda palabra que sale de la boca de Dios. |
Reflection by Br. Carlos Salas, OP: We are beings of body and soul, both form us as human beings and both require nourishment. In the reading from the Book of Deuteronomy we have the discourse of Moses to the Israelites, where he reminds them of what they have gone through in the last 40 years, just before entering the promised land. There he reminds them what they would have likely never forgotten, that they suffered dangers, afflictions, hunger, and thirst. God responded to each one of their needs. When serpents attacked the people, He granted them health when they raised their gaze to a bronze serpent raised up on a pole. When they were thirsty, God flowed water in the arid desert from the flinty rock. And He satisfied their hunger with the manna, not simply to teach them that He can provide with their bodily needs, but also to teach them that they also have spiritual needs. Not by bread alone does one live, but by every word that comes forth from the mouth of the Lord. This exhortation is necessary for many of us. As Catholic we have the unfortunate reputation of not reading the Sacred Scriptures. It is evident that we listen to them during Mass, but to take the Bible at home each day shouldn’t feel like something strange. Even, a few years back, Pope Francis commented that we waste much time in our smartphones, generally in social media and videogames. Instead of these, he recommends having a Bible app on hand and to read it when we have some time waiting for the bus or in a line. Clearly, a printed Bible is certainly a better experience without many distractions. But what this practice leads us to reflect on is the constant need of the word of God. It is through it that we know God better. And, because God also wants to know us better, our devotion to the Sacred Scriptures was not sufficient, but God sent the Word Himself, the Second Person of the Holy Trinity, made flesh. God became a human being. The mystery of the Incarnation is what makes Christianity unique. By taking flesh and bone like us, God reduced Himself to the frailties of being a creature—without renouncing being the Creator—to demonstrate to us in a tangible way His love for us. That, through the Incarnation of Christ, we may not doubt that creation is truly good. This is how God helps us not to fall into one of two extremes: in one extreme we have materialism, by which our entire life dances around the tangible. In the other extreme we have the rejection of the physical world, the one we wish to escape to live solely in a spiritual world. Both positions, by themselves, are far from the truth. Jesus, on the other hand, shows us that being His creatures is more than simply being part of a physical or spiritual reality, but that we belong to both. To assure us of this, Jesus left us Himself wholly. He has left us His Body, Blood, Soul, and Divinity. That is, Jesus left us everything that is both tangible and spiritual of our Savior. He calls us, that we may not fall in one extreme or the other, even in the manner of the symbols he left us. Jesus makes Himself present before us in the consecrated Host and Wine. Bread and wine. Symbols of nourishment, of human sustenance. The Eucharistic symbol is not to represent a physical nourishment, however, but to represent the reality of the spiritual sustenance with which God nourishes us with His own life. Jesus said to them, unless you eat the flesh of the Son of Man and drink his blood, you do not have life within you. As God provided manna in the desert for the Israelites to feed from, now God provides us with His own life to sustain ours. And there is a deeper reality here: Our life is not ours, but it is a gift from God, a gift! The Israelites survived in the hot desert because God so wanted it and gave them sustenance. This symbolizes the sustenance that God gives us at each moment with the breath of the Holy Spirit. The risk is that we downplay the life we have. the downplay it so much that, like the Jews in the Gospel reading, we cannot believe Jesus who says that without Him it is not possible to have life. Yes, the Holy Spirit already gives us life to breathe and feed our bodies, but our souls can be dead without consuming the Word, both written in the Bible and in the sacred Eucharist. Both. An additional part of this profound realization of the dependency on God is that, by consuming His Body and Blood, God makes us more of what we truly are. That is, in Baptism we were made parts of the same Body of Christ. When we receive Communion, we open our being to conform ourselves more deeply into the Divine life. That is the end of the Eucharist: to make us partakers in the life of God. The promises that God makes are not solely for the future, but He fulfills them today. Whoever eats my flesh and drinks my blood remains in me and I in him. |
Reflexión por Fray Carlos Salas, OP: Somos seres de cuerpo y alma, ambos nos forman como seres humanos y ambos requieren alimento. En la lectura del libro del Deuteronomio tenemos el discurso de Moisés al pueblo Israel, donde les recuerda lo que han pasado por los últimos 40 años, justo antes de entrar a la tierra prometida. Ahí les recuerda lo que tal vez nunca olvidarían, que sufrieron peligros, aflicciones, hambre, y sed. Dios respondió a cada una de sus necesidades. Cuando serpientes atacaron al pueblo, Él les concedió la salud cuando alzaran la mirada a una serpiente de bronce alzada en un palo. Cuando tuvieron sed, Dios hizo fluir agua en el desierto árido de la roca más dura. Y su hambre la sació con el maná, no solo para enseñarles que Él puede proveer con sus necesidades corporales, pero también para enseñarles que también tienen necesidades espirituales. No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios. Esta exhortación es necesaria para muchos de nosotros. Como católicos tenemos la desafortunada reputación de no leer las Sagradas Escrituras. Claramente que las escuchamos en la misa, pero tomar la Biblia en casa todos los días no debería sentirse como algo extraño. Incluso, hace unos años el Papa Francisco comentó que desperdiciamos mucho tiempo en nuestros teléfonos inteligentes, generalmente en redes sociales y videojuegos. En lugar de esto, nos recomienda tener a la mano una aplicación de la Biblia y leerla cuando tengamos tiempo esperando por el autobús o en línea. Claro, una Biblia impresa es ciertamente una mejor experiencia sin tantas distracciones. Pero lo que esto nos lleva a reflexionar es la necesidad constante de la palabra de Dios. Es a través de ella que conocemos mejor a Dios. Y porque Dios quiere conocernos mejor también a nosotros, no era suficiente nuestra devoción a las Sagradas Escrituras, sino que Dios envió a la Palabra misma, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, hecha carne. Dios se hizo un ser humano. El misterio de la Encarnación es lo que hace al cristianismo único. Al tomar carne y hueso como nosotros, Dios se redujo a las fragilidades de ser una creatura—sin renunciar ser el Creador—para demostrarnos de manera tangible Su amor por nosotros. Para que, con la Encarnación de Jesucristo, no dudemos que la creación es realmente buena. Así, Dios nos ayuda a no caer en uno de dos extremos: en uno de ellos tenemos el materialismo, por el cual toda nuestra vida revuelve alrededor de lo tangible. En el otro extremo tenemos el rechazo del mundo físico, el cual quisiéramos escapar para vivir solamente en un mundo espiritual. Ambas posiciones, por sí mismas, quedan lejos de la verdad. Jesucristo, en cambio, nos demuestra que ser creaturas suyas es mucho más que ser solo parte de la realidad física o espiritual, sino de ambas. Y, para asegurarnos de esto, Jesús nos ha dejado a Sí mismo enteramente. Nos ha dejado Su Cuerpo, Sangre, Alma, y Divinidad. Es decir, nos ha dejado, totalmente, todo lo que es tangible y todo lo que es espiritual de nuestro Salvador. Nos hace un llamado para que no caigamos en un extremo u otro. Y esto lo hace incluso de una manera que lo refleja. Jesús se hace presente ante nosotros en la Hostia y el Vino consagrados. Pan y vino. Símbolos de alimento, del sustento humano. Pero el símbolo Eucarístico no es para representar un sustento físico, sino para representar la realidad del sustento espiritual con el que Dios nos alimenta con su propia vida. Jesús les dijo, Si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no podrán tener vida en ustedes. Así como Dios proveyó maná en el desierto para que el pueblo Israel pudiera alimentarse, ahora Dios nos provee con su propia vida para sostener la nuestra. Pero también hay una realidad más profunda aquí: Nuestra vida no es nuestra, sino que es un don de Dios, ¡un regalo! El pueblo de Israel sobrevivió en el desierto porque Dios así lo quiso y los alimentó. Esto simboliza el sustento que Dios nos da en cada momento con el respiro del Espíritu Santo. El riesgo es que subestimamos la vida que tenemos. La subestimamos tanto que, como los judíos en la lectura del Evangelio, no podemos creerle a Jesús que sin Él no es posible que tengamos vida. Sí, el Espíritu Santo ya nos da la vida para poder respirar y alimentar nuestro cuerpo, pero podemos estar muertos en el alma sin consumir la Palabra, tanto escrita en la Biblia como en la sagrada Eucaristía. Ambas. Una parte adicional de esta profunda realización de la dependencia en Dios es que, al consumir su Cuerpo y Sangre, Dios nos hace más lo que realmente somos. Es decir, por el Bautismo fuimos hechos parte del mismo Cuerpo de Cristo. Al recibir Comunión, abrimos nuestro ser para conformarnos más profundamente en la vida Divina. Este es el fin de la Eucaristía: hacernos partícipes en la vida de Dios. Las promesas que Dios nos hace no son solamente para el futuro, pero Él las cumple hoy. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él. |
Something to bring to prayer:
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Algo para traer a la oración:
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